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#ralph

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Just back from a trip;
Flight from #Canberra - #Sydney - #Tamworth, overnight near #Coonabarabran, then drive with a lunch stop at #Molong at 1pm, back to #Bywong at 4pm Saturday.

Why the itinerary? Well I'm glad I pretended you asked.

My partner threw-up suddenly at 3pm Sunday, and now, at 8pm Sunday she's got a lovely #fever.

So, she's caught something horrid, which I've not got (yet?). No respiratory symptoms, no headache, just spew. We've eaten all the same things except for lunch at Molong, but it is 24hrs since then, so ... it's not likely food poisoning.

Mostly only a few people interactions for us both. The planes were barely half-full DASH-8s. Say 25 people in each. No-one obviously sick. But? I #dunno.

What bug is this? Dr. Google has been #rogeredSenseless by LLM AIs. Flutracking has no particular bumps, but yhis one's NOT respiratory, so, they wouldn't, I guess.

Maybe the fedithing can offer their thought.

What virus is #goingAround in #australian #GI tracts these days? #vomit #talkingToGodOnThePorcelainTelephone, #ralph

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Podcast: Ralph Walker, el gigante olvidado de la arquitectura americana

Podcast: Ralph Walker, el gigante olvidado de la arquitectura americana

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El 18 de Enero de 1973, hace ahora ya más de medio siglo, la edición del New York Times publicaba en su página 44, el siguiente obituario:

Ralph T. Walker, aclamado y galardonado en 1957 por el American Institute of Architects, con el galardón de “Arquitecto del Siglo”, fallecía ayer en su domicilio de Roaring Brook Road en la localidad de Chappaqua, Nueva York, a los 83 años de edad.

El Sr. Walker había recibido esta medalla conmemorativa del centenario del A.I.A. por “su puesta en práctica incansable de su talento y energía en diversos y variados campos al servicio de la sociedad». 

Como socio director durante varias décadas en la firma Voorhees, Walker, Smith & Smith, se hallaba ya jubilado de la profesión, ejerciendo puntualmente como consultor de la firma que sucedería a la suya, y llamada ahora Haines, Lundberg & Waehler.

Entre los principales edificios que Ralph Walker diseñó se encuentran el edificio de la Compañía Telefónica de Nueva York en West Street, el edificio de la sede el Banco Irving Trust situado en nº 1 de Wall Street, o los Bell Telephone Laboratories en Murray Hill, New Jersey, junto a muchos otros.

Como anécdota asociada es este solemne obituario en prensa, Ralph Walker ya había sido objeto previamente de amplios elogios por parte de figuras como del icono de la arquitectura en Estados Unidos, el célebre arquitecto Frank Lloyd Wright, el cual sabemos que era sobradamente conocido por no distinguirse precisamente por no deshacerse habitualmente en elogios hacia sus compañeros de profesión, refiriéndose a él como «el único otro arquitecto honesto de los Estados Unidos».

Hablar de las figuras que han forjado la historia de la arquitectura en los Estados Unidos, desde su propia fundación como nación hasta nuestros días, nos hará inevitablemente repasar libros y manuales que nos presentarán nombres como el del propio padre fundador Thomas Jefferson, William Lebaron Jenney, Daniel Burnham o el propio Luis Sullivan, considerado el padre del rascacielos moderno.

Otras destacadas figuras, ya en el siglo XX, serán nombres como Cass Gilbert creador del rascacielos gótico Woolworth, o William F. Lamb, con el icono del siglo XX llamado Empire State Building, sin olvidarnos tampoco de su acérrimo competidor William Van Allen, diseñador del cercano Chrysler Building.

Ya en la segunda mitad del siglo XX, tras fallecer el verdadero tótem de la arquitectura americana, Frank Lloyd Wright, encontraremos otros nombres como el fundamental y contradictorio Louis Khan, además de otras figuras ya sobradamente estudiadas como Philip Johnson o el mismo Robert Venturi.

Pero ¿Sabemos, por ejemplo, en realidad algo sobre las primeras mujeres que ejercieron formalmente la arquitectura? En los Estados Unidos, nombres como Louise Blanchard Bethune, la primera mujer miembro del American Institute of Architects, y que abrió su propia oficina en 1881 en Buffalo, Nueva York, no han sido reivindicadas hasta tiempos relativamente recientes.

Del mismo modo, existen nombres que fueron borrados del registro público durante décadas, como Paul Revere Williams, uno de los primeros arquitectos afroamericanos con licencia para ejercer la profesión en los Estados Unidos, y que a la postre desarrollaría una carrera amplia y destacada diseñando numerosas residencias en la época dorada del star system de Hollywood.

Arquitectos como Paul Williams, se verían, tras su desaparición, y durante décadas, relegados al ostracismo colectivo, incluso dentro de los ambientes profesionales de su mismo país.

Siendo sincero, a pesar de estar familiarizado con varios de sus edificios dada su imponente presencia en el tejido de la ciudad, realmente yo no había oído hablar demasiado del arquitecto Ralph Walker antes de que por designios del azar cayera ante mí en  pantalla algún artículo sobre él aparecido en publicaciones digitales especializadas.

Tampoco podría ocultar mi sorpresa al saber que Ralph Walker es uno de los arquitectos que aparece en esa famosa fotografía de arquitectos disfrazados con trajes inspirados en el diseño de sus propios edificios que se realizó en el baile de disfraces de la Sociedad de Bellas Artes de Nueva York en 1931 y que una vez vi en el Museo de la Ciudad de Nueva York.

En esta fotografía, Walker aparece a la derecha de William Van Alen, el cual, dentro del ambiente festivo del ambiente, luce sin sonrojo alguno su traje inspirado en su diseño del propio edificio Chrysler.

El simple hecho de encontrárnoslo en esta famosa y simpática imagen, demuestra sin lugar a dudas que Ralph Walker era por aquel entonces considerado como un arquitecto estrella cuyo momento cumbre coincidía con una época en la que la construcción de rascacielos en Nueva York había sido extraordinariamente prolífica y la arquitectura enfocada a esta tipología había alcanzado su culmen.

Esta sería la era en la que sus ideas y su trabajo florecieron y brillaron con un fulgor propio que iluminaría el skyline en las noches de Nueva York durante los locos años 20 e inmediatamente posteriores.

Todo esto se desvanecería posteriormente, desapareciendo de la conversación pública y del discurso de la teoría arquitectónica con el paso de las décadas para convertirse en una mera anécdota estilística llamada Art Decó, una parte, sin embargo, fundamental del catálogo arquitectónico de la historia de Nueva York.

Un término, el de Art Decó que realmente no se acuñaría realmente hasta los años 60, para describir esta pasada época de opulencia en el ornamento mediante innovadoras formas plasmadas en materiales como el bronce, el acero inoxidable o los cromados, mientras que en aquella época simplemente calificarían este estilo como moderno o modernista, en oposición al hasta entonces imperante estilo Beaux-Arts.

Sin embargo, tras más de una década en esta ciudad, y observándola, puedo afirmar que no es difícil encontrarse frente a frente e interesarse con algunos de los trabajos de Walker, que no dejarán indiferente al observador que los divisa en la lejanía o simplemente camina junto a ellos.

Ralph Thomas Walker nace en Waterbury, Connecticut en 1889, en el seno de una tradicional familia de clase trabajadora.

Su padre, Thomas, era un operario industrial por el que la familia solía mudarse frecuentemente en el área del noreste hasta que tras algunos años, finalmente la familia se asienta en la ciudad de Providence en Rhode Island.

Con este antecedente, Walker conservará durante toda su carrera y plasmará en su corpus ideológico el ensalzamiento y el respeto por los oficios y aquellos que los llevan a cabo en el campo de la industria y la construcción en particular.

Mientras tanto, de su madre, Marion, adquiere el amor por el teatro y a las artes escénicas a las que ésta era gran aficionada, algo que a lo largo de toda su carrera sería algo determinante en su figura y personaje.

En la misma Providence, Ralph Walker asiste a la Classical High School, al final de la cual, tras graduarse, en 1907 con 18 años comienza a trabajar como aprendiz en el estudio del arquitecto Howard K. Hilton.

En 1909, tras dos años de duro trabajo en el  estudio, que el propio Walker describiría como dignos de una novela de Charles Dickens,  se matricula en los cursos de arquitectura en el Massachusetts Institute of Technology, en calidad de alumno especial, una categoría reservada a estudiantes que ya contaban con alguna experiencia previa en la delineación y el diseño. 

A partir de ese momento, Walker adquirirá ya algunas responsabilidades de diseño dentro de la firma en la que trabaja, a la vez que continúa con sus estudios formales de arquitectura, con los cuales es muy crítico por la rigidez de los temario e incondicional adhesión a los principios del estilo Beaux-Arts, unas críticas que bien representarán el carácter de Ralph Walker a lo largo de toda su carrera donde se caracterizaría por expresar abiertamente sus opiniones sobre la profesión sin moderación ni tamiz alguno.

Así dejará el MIT antes de graduarse para continuar trabajando a tiempo completo en diversas oficinas mientras al mismo tiempo intenta establecerse de forma independiente.

En 1913 contrae matrimonio en Providence con Stella Forbes, una católica irlandesa, lo cual produciría fricciones familiares al ser Ralph Walker un presbiteriano de origen escocés, unos inicios premonitorios de una turbulenta relación de la pareja a lo largo de los años. 

Entonces entrará a trabajar en distintas oficinas de arquitectura de Boston, Montreal y Nueva York dedicándose principalmente a proyectar universidades, edificios comerciales, iglesias y monumentos varios.

En 1917, en plena I Guerra Mundial y tras la entrada de los Estados Unidos en el conflicto como país beligerante en el bando aliado, y como tantos otros artistas, escultores y arquitectos, Ralph Walker se alistará en el cuerpo de ingenieros del ejército, donde servirá dentro de la fuerza expedicionaria americana, encuadrado en la sección de camuflaje en el frente de guerra de Francia. 

Allí prestaría, estacionado en Dijon,  servicio durante dos años hasta el final de la sangrienta contienda.

Décadas después, esta experiencia adquirida y los contactos hechos en la guerra le valdría a su firma a la hora de diseñar bases militares para el gobierno durante la Segunda Guerra Mundial, una preciosa experiencia.

A su regreso del conflicto en Europa en 1919, ya con 30 años cumplidos, Walker comenzará la búsqueda de un nuevo empleo en Nueva York para retomar su carrera profesional tras el periodo de servicio militar.

Finalmente, ese mismo año, le ofrecerán en Nueva York un empleo para el puesto de diseñador junior en la firma McKenzie, Voorhees & Gmelin, un veterano estudio de arquitectura pero fundamentalmente de ingeniería, pero que no se distinguía particularmente en el sector en Nueva York por la calidad o relevancia pública de sus diseños. 

A pesar de ser funcionales y eficientes sus edificios, no llegaban en ningún caso a despertar la crítica o elogio alguno por parte del público.

A la postre, y como se demostraría a lo largo de las décadas, Walker con su habilidad para el diseño vendría a suplir esa carencia de la firma.

Esta oficina a la que se sumó, contaba entre sus principales clientes a la New York Telephone Company y a la Western Electric Company, algo que a la postre determinaría la dirección de su carrera.

En sus primeros años en la firma, Ralph Walker empleará su formación académica en las Bellas Artes para brindar apoyo a los encargos en curso de la firma en proyectos como el Edificio Municipal de Brooklyn, terminado en 1924, o el Edificio de la Compañía Eléctrica Consolidated Edison, la actual ConED, también en Brooklyn, finalizado sólo un año antes.

Con el paso del tiempo Ralph Walker comenzaría a escalar dentro del organigrama corporativo de la firma y ya a mediados de los años 20, esta oficina, guiada por Walker, comenzaría a obtener varios galardones de diseño y sus obras comenzarían a aparecer en los diarios y revistas especializadas. 

En esos años y posteriores, a las innovaciones tecnológicas en la construcción, Walker añadiría al trabajo de la firma la innovación estética y estilística.

Los años 20, en general, en los Estados Unidos, y más específicamente en Nueva York serían una década de gran expansión económica, además de estar marcada por la agitación y transformación cultural que se produciría, por lo que sería también conocida popularmente como la «Era del Jazz» o los «Felices y locos Años Veinte». 

Después de la Primera Guerra Mundial, la economía del país experimentaría un crecimiento sin precedentes, caracterizado por una fuerte demanda de bienes y servicios y un notable aumento de la producción industrial, además de un desmesurado nivel de especulación bursátil que a la postre marcaría de forma decisiva las  décadas posteriores.

En esta década de transformaciones económicas y sociales, la Compañía Telefónica de Nueva York necesitaba asegurar ante sus clientes que esta tecnología novedosa, la de la comunicación telefónica de larga distancia, había llegado para quedarse, y de ese modo pretendía comunicar el mensaje a través de la presencia y solidez que solo la arquitectura podría proporcionar a la imagen pública de la compañía.

Estas nuevas compañías precisaban además de edificios capaces de albergar a las cientos de telefonistas que hacían funcionar sus centralitas, además de recibir personalmente a sus clientes y abonados a la hora de contratar sus líneas telefónicas o pagar sus facturas. 

La arquitectura y su lenguaje sería la forma de transmitir solidez, fiabilidad y sofisticación a estos clientes  y ese sería el cometido que le sería asignado a Ralph Walker.

En 1921, la citada New York Telephone Company, encargará a la firma su nuevo edificio corporativo a ser construido en un solar de West Street, en el bajo Manhattan, conocido hoy como Distrito Financiero.

Walker se convertirá en este momento en diseñador jefe del proyecto y apuntaría a la firma McKenzie, Voorhees y Gmelin en una nueva y prometedora dirección.

Construido entre 1922 y 1926, este edificio, llamado ahora edificio Verizon, situado al lado del World Trade Center y con vistas directas por aquel entonces sobre el río Hudson, sería el proyecto que establecería definitivamente la reputación profesional de Ralph Walker.

La Zoning Resolution de 1916, la normativa urbanística que rige hasta hoy el planeamiento urbano de Nueva York y de la que se ha hablado hace tiempo en el podcast, requiere, en términos generales, a los edificios, a partir de una determinada altura, un retranqueo respecto a la línea de calle de una cierta distancia en horizontal por cada pie de altura en vertical que el edificio se eleva.

Esta regla, como relatamos entonces, sería la respuesta dada al clamor público por el llamado «efecto cañón» creado cuando se construían grandes edificios, directamente uno frente al otro, bloqueando el paso de la luz solar e impidiendo el nautural  flujo de aire en las calles.

De esa forma, estos nuevos requisitos instaurados buscaban garantizar que esta ventilación y la luz solar pudieran llegar hasta el nivel de las calles, garantizando su salubridad incluso a medida que la ciudad se volviese cada vez más vertical.

Esta cuestión se percibía en gran medida como un verdadero problema de salud pública, dado que por aquel entonces la luz solar se consideraba esencial para evitar la incidencia de las enfermedades. 

Aunque esta Zoning Resolution se había promulgado en 1916, no sería hasta principios de la década de 1920, después ya del final de la Primera Guerra Mundial, en que la industria de la construcción volvería a resurgir en sus niveles de actividad, requiriendo a los arquitectos su aplicación efectiva en los edificios que fueran a diseñar a partir de aquel entonces.

Cuando Walker comienza a trabajar en el proyecto del edificio para la compañía telefónica Barclay-Vesey, tenía en mente dos ideas claras: por una parte la modernidad que representaba el teléfono en sí y por otra parte la necesidad de un rascacielos moderno que respondiera a la nueva normativa que regulaba la volumetría de los edificios.

El Barclay-Vesey Building también se ha descrito en ocasiones como realmente el primer rascacielos de estilo Art Deco, anterior incluso al Chrysler Building o el propio Empire State, debido a la decoración que ornamenta algunos de sus elementos como sus portadas, ventanas o vestíbulos interiores. 

Muchos de los edificios de Walker que se pueden ver al caminar por las calles de Nueva York destacan claramente por un volumen masivo y su enorme huella, que a menudo llega a ocupar una manzana entera de la trama de la ciudad, y parecen más una pequeña montaña que una construcción humana. 

Este Barclay Vesey Building no es una excepción.

Construir edificios de esta escala es algo ciertamente muy raro hoy en día, en parte porque es poco frecuente que un promotor inmobiliario pueda hacerse con el control de una manzana completa  de la ciudad y menos una como Nueva York con el valor del suelo en la isla de Manhattan.

Esta singularidad sin embargo fue posible entonces para Walker y su firma por ser gran parte de su de su trabajo encargos para la New York Telephone Company, cuyos edificios demandaban características estructurales especiales para las toneladas de equipos mecánicos de conmutación y las legiones de operadoras de centralita que debían albergar sus espacios.

Como resultado del rotundo éxito que cosechó en la crítica y el público este diseño, Walker se convertiría pronto en socio director de la firma cuyo nombre cambiaría entonces a Voorhees, Gmelin y Walker en 1926. 

Como corresponde a su éxito y ascenso social, el matrimonio Walker se mudaría a un nuevo domicilio en los suburbios de Nueva York, más concretamente al condado de Westchester.

El Barclay Vesey Building o ahora llamado edificio Verizon, adyacente al edificio 7 World Trade Center, al este y a las Torres Gemelas cuando estos tres edificios cayeron durante los ataques del 11 de Septiembre de 2001, sufrió a su vez graves daños en sus fachadas sur y este por la caída de multitud de escombros y vigas de acero.  

La caída del World Trade Center provocaría también  el derrumbe parcial de algunos forjados de planta en el entorno de las ventanas afectadas, aunque el edificio en su conjunto no sufriría daños como para considerarse en peligro inmediato de colapso.

La mampostería permitió que la estructura absorbiera gran parte de la energía de los escombros que golpearon el edificio, y que el daño se localizase principalmente a los puntos de impacto.

Durante la catástrofe, aunque no se llegaran a producir incendios en este Verizon Building, pero los magníficos murales de sus vestíbulos de planta baja se verían dañados por el humo y el polvo resultantes.

(pausa)

Unos años más tarde, durante la supertormenta Sandy de 2012, el Verizon Building no sufriría tampoco daños estructurales relevantes durante el temporal que forzó a las autoridades a la evacuación por inundación del bajo Manhattan.

Sin embargo, sí se producirían efectos notables, como inundaciones completas en los cuatro niveles de sótano, la pérdida del suministro eléctrico y de agua, y algunos vidrios de fachada rotos debido a la fuerza del viento y los escombros.

Después de la finalización del edificio Barclay-Vesey, Walker diseñaría varios otros edificios utilizando su combinación de volúmenes, formas asimétricas y torres con ornamentación típicas del Art Deco, incluida esta Sede Central del Ejército de Salvación, construida entre 1929 y 1930 en la calle 14 oeste de Manhattan.  

Este edificio se inauguraría en mayo de 1930 para celebrar las bodas de oro de las actividades del Ejército de Salvación en los Estados Unidos. 

Esta organización, originalmente con sede en Londres, comenzó a trabajar en Nueva York en 1880 y se había expandido significativamente a lo largo de las décadas para incluir una amplia gama de funciones caritativas, desde asociaciones industriales y hogares de maternidad hasta casas de asentamiento y oficinas de empleo. 

En 1895, se había construido ya una sede diseñada por Gilbert A. Schellenger, un edificio en estilo renacentista románico cuyas almenas y torres creaban una apariencia de fortaleza que algunos consideraban ideal para una organización que se denominaba a sí misma como ejército. 

Este primer edificio, en el 120 Oeste de la calle 14, sufriría un devastador incendio en 1918, que obligó a reducir sustancialmente el espacio disponible para fines benéficos y administrativos. 

Fue entonces cuando concluyeron que necesitaban mayor flexibilidad para atender a su creciente número de servicios prestados y clientela. 

Se consideraron varias opciones para aliviar la apremiante necesidad de más espacio, desde reconstruir la estructura de 1895 hasta mudarse a una ubicación completamente nueva.

En cambio, los líderes del Ejército de Salvación decidieron quedarse en su ubicación de la calle 14, que ofrecía amplias oportunidades de transporte público para llegar mejor a los más necesitados. 

La organización estaba profundamente preocupada por crear un nuevo símbolo de su impacto positivo en la ciudad minimizando al mismo tiempo su costo.

En Ralph Walker, encontrarían a alguien que satisfaría esas necesidades y que creía en la creación de diseños para edificios específicos para las necesidades únicas de un cliente, pero que tampoco exigía adherirse a un estilo de construcción tradicional. 

Probablemente se aprovecharía de que uno de sus socios en la firma Voorhees, Gmelin y Walker también fuera a la vez presidente de la División de Arquitectos del Ejército de Salvación. 

Fue así como Walker terminó diseñando un complejo que equilibraba espacios funcionales con otro principal verdaderamente conmovedor. 

Para el ala principal de oficinas de 11 plantas que da a la calle 14, eliminó la ornamentación convencional y optó por utilizar ladrillo y piedra artificial para crear un diseño dramático y funcional que satisfizo la necesidad de más espacio del Ejército de Salvación y a la vez su presupuesto limitado. 

Directamente al este, en la calle 14, encontraremos el auditorio, con una espectacular portada que crearía un espacio público profundo y acogedor, coronado por un enorme arco con forma de capas de un telón ascendente que se abre hacia un escenario.

Esta configuración se conecta a un edificio dormitorio de 17 pisos en la calle 13.

El Ejército de Salvación ha seguido operando y utilizando este complejo de edificios desde su apertura, hace ya casi 100 años.

Pero probablemente el edificio que mejor representa la época en la que la arquitectura de Walker floreció y destacó en el panorama de Nueva york sea El Irving Trust Building, también conocido hoy en día como One Wall Street, 

Es éste otro rascacielos emblemático ubicado en el distrito financiero de Manhattan y que marca otro de los hitos principales dentro de la carrera de Ralph Walker. 

Terminado en 1931, este edificio cuenta con una altura de 654 pies y era en aquel entonces uno de los edificios más altos del mundo en el momento de su finalización. 

El diseño de este rascacielos se nos presenta con una planta de forma cruciforme y una fachada de piedra caliza con intrincados detalles de inspiración gótica. 

En el interior, encontramos en su base una impresionante sala de operaciones bancarias con un techo que alcanza los 50 pies de altura con profusos detalles inspirados una vez más en los motivos Art Decó, que incluyen grandes puertas de bronce y murales que representan escenas de la historia estadounidense. 

El Art Decó, caracterizado por sus líneas limpias y precísamente delineadas, así como los motivos decorativos geométricos, establecería en aquellos años un nuevo estándar para la arquitectura comercial en Nueva York. 

El edificio había sido encargado por el banco Irving Trust Company y serviría como sede a éste hasta la década de 1980.

El edificio posteriormente sufriría varias renovaciones y cambios de propietario a lo largo de los años, hasta que en la actualidad está siendo transformado en apartamentos de lujo y locales comerciales, una consecuencia directa de la reivindicación de esta gran arquitectura, la cual medio siglo después parece volver a ser reclamada por las clases más acomodadas de la sociedad.

A pesar de estos cambios, el Irving Trust Building sigue siendo un ejemplo fundamental de la arquitectura Art Decó y un punto de referencia imprescindible en el skyline del bajo Manhattan.

No sería posible hablar de la arquitectura de Ralph Walker sin detenernos especialmente en los interiores de sus edificios.

En todos ellos prestaría gran atención al diseño interior, abarcando en ellos hasta el cuidado por detalles tan específicos como las salidas de aire, algo que hoy en día nos puede parecer hasta extravagante y superfluo.

Sin ir más lejos, para la sede del Irving Bank Trust, el que sería el  edificio más costoso de la ciudad en ese momento, y en el que colaboraría con la famosa artista creadora de mosaicos Hildreth Meiere, quien con su visión cubriría los techos de la famosa Red Room con un manto de conchas marinas opalescentes y ricos tonos rojos. 

Los enormes portones dorados y los interiores exuberantes de Walker estuvieron muy influenciados por el teatro y su estrecha amistad con Joseph Urban, el famoso escenógrafo. 

Una vez más, en esos excesivos años 20, el lema sería «no reparar en gastos».

El pensamiento arquitectónico de Ralph Walker abordará tres temas que él consideraba estrechamente interrelacionados: el significado del rascacielos en la ciudad moderna, el uso de tecnología y los materiales modernos, y finalmente la importancia del ornamento en el diseño. 

Finalmente, Walker fusionaría estos principios bajo el concepto de «humanismo», término que comenzó a utilizar en 1926 y que se convirtió en el centro de su filosofía de diseño durante el resto de su carrera.

Si bien Walker no fue el primero en utilizar el término «humanismo» aplicado a la arquitectura, lo definió para su uso personal de diversas maneras. 

Inspirado en una selección de críticos culturales contemporáneos, como Mumford, conocido por su postura «humanista», y los Nuevos Humanistas, un grupo variado de académicos dedicados a preservar las «grandes obras» de la tradición occidental, Walker escribió sobre el humanismo como un medio para moderar el impacto de la tecnología moderna en la vida cotidiana.

Según él, los edificios debían hacer algo más que proporcionar lugares para vivir o trabajar, sino que debían involucrar las emociones y los sentidos de las personas. 

Así, separaría voluntariamente el edificio en dos programas diferenciados: uno preocupado por hacer que el edificio funcione físicamente y otro preocupado por hacer que el edificio funcionase «espiritualmente». 

Además, el diseño se desdobla en dos tipos: uno físico, controlado por las necesidades del cuerpo humano, y otro psicológico, mucho más importante para él, que hacía que las cosas estuvieran diseñadas para complacer y entretener la mente. 

Esta extravagancia arquitectónica no sería bien recibida después de la Depresión, la cual prepararía el escenario para el Estilo Internacional de Mies van der Rohe y Le Corbusier. 

Walker, rechazaría de plano la preferencia de estos por el vidrio sobre el muro, pero este enfoque era irremediablemente hacia donde se dirigía el mundo, y Ralph Walker, a pesar de todo su brillo y glamour, no tuvo más remedio que dar un paso atrás en su papel en la firma.

La Gran Depresión tuvo también un tremendo impacto en la arquitectura: el auge de la construcción de finales de la década de 1920 se secaría prácticamente de la noche a la mañana. 

El sector de la construcción comenzó a ralentizarse en 1929, y en 1932, el Architectural Record informaba de una caída en un año en el volumen de construcción del 60 por ciento, además del descenso del 31 por ciento del año anterior. 

No fue hasta 1937 que la construcción comenzó a acercarse a los niveles vistos una década antes. 

Muchas oficinas de arquitectura cerrarían por completo y otras aceptaban pequeños proyectos para sobrevivir.

Vorhees, Gmelin & Walker fue una de las empresas afortunadas de seguir a flote, aunque en sus días más oscuros, según se informa, solo contaban con seis empleados. 

Mientras trabajaban para la compañía telefónica, que continuaría expandiéndose con proyectos como el edificio AT&T Long Lines en la Sexta Avenida de 1932, se aseguraban de que al menos, las luces de la oficina pudieran mantenerse encendidas. 

Otra parte clave de la supervivencia de la empresa fue su participación en dos de los eventos arquitectónicos más importantes de la década de 1930: las Ferias Mundiales en Chicago en 1933 y de Nueva York de 1939. 

Ambas ferias tendrían el difícil cometido de proyectar un futuro brillante y prometedor en medio de las grandes dificultades económicas globales y las turbulencias políticas de finales de los años 30.

La Feria Mundial de Chicago se celebraría entre 1933 y 1934, con motivo del centenario de la ciudad. 

El tema conductor de esta feria sería la innovación tecnológica, y su lema sería «La ciencia encuentra, la industria aplica y el hombre se adapta», proclamando así el mensaje de que la ciencia y el estilo de vida estadounidense estaban íntimamente ligados.

Como elemento arquitectónico principal y protagonista del evento, Ralph Walker propondría el proyecto llamado la “Torre del Agua y la Luz”.

Esta torre de nada menos que 600 pies de altura, habría de ser construida nada menos que en aluminio y vidrio con cascadas de agua brotando de ella y que se estrellarían en el suelo creando grandes plumas de niebla. Curiosamente, esta rocambolesca idea ha sido rescatada de manera desafortunada en algún país asiático recientemente…

Esta torre estaría destinada a involucrar múltiples sentidos: por un lado el sonido (el sonido del agua), la vista (con la luz reflejada en las nubes de vapor de agua que se formarían) y el tacto (el vapor de agua y su sensación refrescante en la piel). 

Hemos de admitir que fue una obra maestra de Walker, una propuesta idílica y un tanto onírica, pero también, tristemente, la última gran exploración en el rascacielos de la carrera de Ralph Walker. 

Teniendo los pies en la tierra, durante la Gran Depresión, las realidades de costo y escala inhibieron incluso la proyección de este tipo de proyectos incluso sobre el papel.

La Feria Mundial de Nueva York se inauguraba el 30 de abril de 1939 en Flushing Meadows, Queens, un enclave del que se ha hablado bastante últimamente en este podcast.

Promocionada con el slogan de el “Mundo del Mañana”, acogería a delegaciones y pabellones de hasta 60 países, la Sociedad de Naciones, 33 estados de los Estados Unidos, varias agencias federales y de la propia Ciudad de Nueva York.

De acuerdo con este lema y temática futurista, se presentaban al público de la feria novedosos productos industriales y de consumo, tales como televisores, aparatos de aire acondicionado, medias de nylon y películas cinematográficas en color.

Siendo el socio de la firma, Voorhees, miembro del comité de selección de los diseños de los pabellones, no es de sorprender que enviara encargos a su propia empresa y así Walker supervisaría los proyectos junto con otros colegas del estudio, llegando a construir hasta siete pabellones para diversas compañías participantes, entre ellas General Electric, o la AT&T.

Los pabellones resultantes, hoy todos desaparecidos, representarán una forma de pensar y proyectar  sobria, que tomaría su ejemplo de la racionalización del diseño industrial. 

En cierto modo, escriben los historiadores que fueron deliciosas locuras, exploraciones de ideas geométricas simples a gran escala que buscaban simplemente captar la atención del público asistente a la feria.

La exposición de Arquitectura y Diseño organizada en el MoMA en 1932 sería un evento  significativo en la historia de este museo y de la historia de la arquitectura moderna en un plano más general.

Sería esta la primera exposición de este tipo que se centraría únicamente en la arquitectura y el diseño y fue comisariada por el propio Philip Johnson, quien por entonces era el crítico de arquitectura asesor del museo.

Esta exposición mostraría el trabajo de 33 arquitectos y diseñadores provenientes de Europa y Estados Unidos y se dividía en seis secciones: Arquitectura, Urbanismo, Diseño Industrial, Mobiliario, Textiles y Diseño Gráfico. 

La exposición destacaba la importancia de los principios modernos en la arquitectura y el diseño, incluyendo el funcionalismo, la simplicidad y el uso de nuevos materiales y tecnologías.

Algunas de las obras notables incluidas en la exposición fueron la Villa Savoye de Le Corbusier, el edificio de la Bauhaus de Walter Gropius en Dessau o Fallingwater de Frank Lloyd Wright a pesar de encontrarse Wright en un momento de declive de su carrera que no remontaría hasta las dos últimas décadas de su vida.

La exposición también mostraría diseños industriales como los muebles de acero tubular de Marcel Breuer.

Como nota predominante, el estilo internacional prohibía específicamente el ornamento, promoviendo en su lugar las líneas limpias de la Villa Savoye de Le Corbusier y las plataformas flotantes del Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe. 

El auge del estilo internacional y la promoción de sus precursores los en Estados Unidos llegaron a tener enormes consecuencias para Walker y su firma en los años de posguerra, la cual, había sido totalmente excluida de esta muestra arquitectónica que se celebraba en la misma ciudad cuyo skyline ellos habían contribuído decisivamente a construir.

Para comprender este cambio de paradigma arquitectónico ocurrido en este tiempo de posguerra es necesario conocer el contexto asociado a él.

Mies van der Rohe y Walter Gropius fueron arquitectos alemanes que tendrían un gran impacto en la arquitectura de los Estados Unidos en el siglo XX. 

Ambos llegarían a América en la década de 1930 después de haber sido forzados a abandonar Alemania debido al ascenso del régimen nazi.

Mies llegaba en 1938 para enseñar en el Instituto de Tecnología de Illinois en Chicago. 

Posteriormente, en 1946, se convertiría en director de la Escuela de Arquitectura de dicha universidad, donde desarrollaría el plan de estudios que a la postre se convertiría en el modelo para la enseñanza de la arquitectura en prácticamente todo el mundo.

Durante su ejercicio profesional en Estados Unidos, Mies diseñaría algunos de los edificios más famosos del país, como el Edificio Seagram en Nueva York o el campus del Instituto de Tecnológico de Illinois en Chicago.

Durante este periodo, Ralph Walker parece estar atrapado en el pasado y continúa criticando abiertamente al Movimiento Moderno, perdiendo por el camino a amigos y la estima de muchos otros en este proceso.

Un ensayo de Walker publicado en 1930 sobre el papel del rascacielos en la vida urbana es una pieza fundamental en su pensamiento en la que racionalizaría el rascacielos como resultado lógico de la urbanización en curso y los desarrollos sociales contemporáneos. 

Irónicamente, será una imagen del edificio Barclay-Vesey la que se utilizó como portada de la edición estadounidense en 1927 del libro «Hacia una nueva arquitectura» de Le Corbusier. 

Sin embargo, el empleo de la arquitectura de Ralph Walker de formas escultóricas y ornamentación, definitivamente no era el tipo de arquitectura que Le Corbusier tenía en mente precisamente al escribirlo. 

Y fueron las críticas posteriores de Walker contra él, a su juicio, con su estéril estilo internacional las que hicieron que el movimiento moderno y sus historiadores le borraran prácticamente de la historia de la arquitectura del siglo XX.

Opuestamente a la corriente mayoritaria, creía que un arquitecto debería preocuparse por la belleza y como apuntábamos, dividía el proceso de diseño arquitectónico en dos partes: primero, hacer que el edificio encaje de manera funcional; y segundo, hacer que funcione «espiritualmente». 

Aunque moderno, Walker no era un modernista, y su insistencia en que la arquitectura debería tener un componente espiritual lo convirtió en un crítico vocal de los diseños austeros y tecnológicos de Le Corbusier y Gropius. 

Del primero decía: «Le Corbusier es una paradoja»,  «Algunos de sus edificios son los más sorprendentes que he visto en mi vida. Edificios con curvas y detalles asombrosos y fascinantes».»Y, sin embargo, lo que escribió propugnaba un aburrimiento masivo, y tristemente fueron sus escritos, más que sus edificios, los que tuvieron una mayor repercusión».

Cuando se reanudó la construcción de rascacielos después de la Segunda Guerra Mundial, la tendencia imperante se había alejado drásticamente de los revestimientos de ladrillo y piedra, pasando a predominar el muro cortina de vidrio, un tipo de edificio al que Walker siempre se opuso por motivos estéticos y funcionales. 

Valga como muestra la guia de arquitectura de Nueva York de 1952, que sorprendentemente pasaba de puntillas sobre los edificios Art Deco.

Así, durante las décadas de 1940 y 1950, Walker se centraría en otro problema tipológico: el laboratorio de investigación suburbano. 

Aunque los resultados fueron limpios, eficientes e inteligentes, como cabría esperar de él, eran obras en cierto modo insulsas en comparación con las románticas montañas de su ciudad construidas durante los años 20. 

Era como si estuviera tratando de ponerse a disgusto al día con un estilo internacional, el cual no le gustaba y del que desconfiaba.

Ralph Walker se convertiría en presidente del AIA, el American Institute of Architects, la principal asociación profesional de arquitectos en Estados Unidos en 1949 y durante su presidencia, jugó un papel decisivo en esta asociación profesional.

En 1957, con motivo del centenario, la organización reconoció el extraordinario servicio de Walker a la profesión creando un galardón especial para él: la Medalla de Honor del Centenario de la AIA. 

El titular de The New York Times que informaba sobre el premio apodó a Walker como «el Arquitecto del Siglo».

Para conmemorar este evento, Walker también escribiría y publicaría una autobiografía.

Sin embargo, en 1960 renunciará abruptamente al cargo y la membresía al AIA tras  un conflicto relacionado con la deontología profesional. 

El AIA acusaría a un miembro de su firma de actuar de «manera poco profesional» al arrebatar de forma poco ética un encargo que inicialmente había sido adjudicado a otro estudio. 

Si bien finalmente se demostraría que Walker no tenía ninguna responsabilidad en el caso y finalmente se reincorporaría al AIA, él destruyó su Medalla de Honor recibida unos años antes contrariado por el desafortunado incidente.

Walker quedaría devastado por esta controversia e incluso publicaría un manifiesto público en el que defendía su reputación, e incluía en él gran parte de la correspondencia relacionada con el incidente, que envió a todos los miembros de la asociación profesional.

Los años 60 serían una década difícil y dolorosa.

En 1959, se retirará formalmente de la profesión y de la firma en la que permaneció durante tantos años, ya denominada por entonces Voorhees, Walker, Foley, Smith & Smith, pero aún así, permanecería relativamente activo dentro de la profesión a modo de consultor emérito para la nueva firma que sucedería la suya, denominada Haines, Lundberg  & Waehler conocida actualmente en el sector de la arquitectura como  HLW International.

Aún así, sus circunstancias personales se hallaban  plagadas de dificultades: su esposa, Stella, padecería importantes problemas psiquiátricos durante todo el período de posguerra. 

A la naturaleza última de dichos problemas se alude en las notas personales de Walker, pero finalmente Lysette, como Walker la llamó siempre, sería ingresada el Sanatorio Four Winds en el condado de Westchester en 1963 iniciándose la época más sombría si cabe en la vida del arquitecto.  Ella, finalmente fallecería en esta institución en 1972.

En 1973, la leyenda de Walker adquirirá un tinte final dramático y, sobre todo, trágico.

El 17 de enero de ese año discurría como otro día cualquiera, con Walker acudiendo a las oficinas de Haines, Lundberg & Waehler en Manhattan a media  mañana para saludar y charlar con antiguos colegas de profesión tras llevar ya más de una década retirado de la profesión.

Más tarde ese mismo día, regresa a su domicilio y….   

Se comentaría en los círculos profesionales próximos, que Walker había sido diagnosticado recientemente de un tumor cerebral, algo que oficialmente tampoco se llegó a confirmar.

La leyenda y los rumores también dicen que para el último acto de su vida, fundió la plata de la medalla recibida hace más de una década de parte del AIA y forjó con ella la bala con que pondría fin a su vida.

Siempre dramático e iconoclasta, Ralph Walker había dejado escritos, años antes, su propio obituario para ser leído en su funeral. 

En él, afirmaba que : «Lo único que es común en todos nosotros es el asombro que subyace al orden del universo…».

Uno se pregunta si Walker, al planificar su muerte, eligió como parte de sus últimas voluntades el ser enterrado con sus padres, en Ridgefield, Connecticut, no sólo por razones familiares, sino también porque a unos pocos metros de distancia, en el mismo cementerio, se halla la tumba de otro maestro del diseño de edificios del siglo XX. : el arquitecto Cass Gilbert.

Así, un cementerio rural relativamente pequeño, que contiene alrededor de 625 tumbas, alberga los restos de dos de los arquitectos americanos más importantes del siglo XX, pero Cass Gilbert ya será el tema para otra historia…

Ralph Walker fue un diseñador excepcionalmente dotado que transformaría el ejercicio de la arquitectura de la firma a la que se incorporó y creía apasionadamente en el poder de la arquitectura para crear entornos humanos y hermosos para disfrute de los habitantes de las ciudades. 

Las colaboraciones con otros profesionales que alimentaron sus diseños ayudarían a forjar un nuevo lenguaje para la arquitectura en un momento crítico de la historia estadounidense que hoy casi un siglo más tarde podemos todavía ver erigido en las calles de Nueva York.

Ese lenguaje era una forma distinta de modernismo estadounidense, arraigado en el principio de un profundo respeto por las personas que usaban y experimentaban los edificios, pero también hacia las personas que los construían también. 

Al diseñar sus edificios Walker buscaba un medio para entrelazar la creatividad con la producción en masa. «Un buen trabajador no es anónimo», y escribiría «la mente humana, la mano humana, son fundamentales para la fabricación de la máquina».

Ignoradas durante casi cuarenta años, las torres art deco de Nueva York de la década de 1920 no comenzaron a ser relevantes de nuevo en el ámbito público hasta prácticamente los años 70.

El posmodernismo haría que la atención volviera a fijar su atención sobre el ornato de nuevo.

Así, Rem Koolhass, en su libro «Delirious New York», traza una distinción entre el modernismo y lo que él llama «manhattanismo», un estilo de fantasía hedonista de «hiperdensidad». 

Escribía también el viejo Rem: «Manhattan ha inspirado constantemente en sus espectadores el éxtasis por la arquitectura. A pesar de esto, o quizás debido a ello, su relevancia e implicaciones han sido constantemente ignoradas y suprimidas por la profesión arquitectónica».

Desde este punto de vista, Ralph Walker puede ser visto como uno de los principales exponentes del manhattanismo.

En 2012, una exposición organizada por los promotores inmobiliarios que transformaron uno de sus edificios en apartamentos de lujo, la ahora llamada torre Walker, en la calle 18, el corazón de Chelsea, logró reivindicar y sacar a la luz pública la figura de este arquitecto que pienso merecería ser mostrado al público en alguno de los grandes museos o instituciones culturales de esta ciudad.

Esto es realmente poco para reivindicar la memoria de la obra de un arquitecto esencial en la configuración del skyline actual de Nueva York hoy en día, cuando existen algunas voces dentro del panorama de la arquitectura actual que se están alzando para criticar el excesivo culto al movimiento moderno que ha atenazado la práctica arquitectónica según muchos.

Hoy por hoy,  y es algo ya establecido desde hace ya décadas, el llamado Art Deco quizás es una corriente con la que la gran mayoría de arquitectos, formados principalmente en escuelas de todo el mundo, basadas fundamentalmente en los preceptos del movimiento moderno, no se sientan cómodos a la hora de verlo como algo más que una vistosa y efímera tendencia estética comprendida dentro de un ciertamente brillante pero también algo alocado y decadente pasado cercano.

Pero no son sólo sus edificios los que están siendo recuperados y reivindicados, sino también la propia reputación profesional de Ralph Walker.

Detenerse ante sus edificios y entender sus volúmenes,  contemplar sus detalles, acceder a ellos cuando ello es posible para estudiar esa dedicación a comunicar un mensaje al usuario, que tanto él como sus colaboradores imprimieron en esta arquitectura, merece la pena.

Es revelador considerar cómo factores como las corrientes arquitectónicas y los cambios en la economía y la cultura pueden afectar de manera drástica en la percepción pública de los arquitectos y su trabajo. 

En cualquier caso, somos afortunados, más de medio siglo después de la desaparición de Ralph Walker, de poder caminar por Nueva York descubriendo y contemplando y paladeando su arquitectura.

Además, hoy en día nos es posible estudiar su legado, gracias a los académicos e investigadores de su obra, como la profesora de Historia de la Arquitectura Americana, doctora Kathryn E Holliday que en 2012 publicaba en Rizzoli el libro “Ralph Walker, Architect of the Century” una publicación fundamental para conocer y adentrarse en la obra de esta figura tan determinante para la imagen construida de Nueva York y al que quizás, la ausencia de sucesores familiares condenó a carecer de voces que reivindicasen su legado tanto construido como intelectual.

Al igual que yo, te invito a emprender ese viaje y descubrir sin prejuicios a importantes figuras y grandes profesionales, hombres y mujeres destacadas en todos los campos, como lo fue sin duda Ralph Walker, el gigante olvidado de la arquitectura americana, y aprender, en la medida de lo posible, sobre su gran contribución a la historia de ésta.

Para saber más puedes escuchar el podcast desde el reproductor situado al inicio de este artículo.